ENTREVISTA CON MARCELO COHEN
MONICA
SIFRIM Literatura
a la hora de la siesta
A PARTIR DE VARIEDADES Y UN HOMBRE AMABLE, DOS NOVELAS CORTAS QUE EDITARA NORMA,
EL NARRADOR HABLA DE LA TENSION ENTRE LO REAL Y LO APARENTE, Y AFIRMA QUE LA
NOVELA ES EL GENERO CON MAS POSIBILIDADES CREATIVAS.
COHEN Y LA ORIGINALIDAD. Para el escritor, sólo las armas de la
novela tradicional, renovadas, permiten crear historias nuevas.
Marcelo
Cohen no necesita ser un narrador excéntrico. Siente perplejidad ante lo que
sucede y le gusta crear literatura con esa incertidumbre. No como estrategia de
seducción sino, explica él, porque también en la vida los sucesos lo
desbordan. Mientras tanto, se gana el sustento como traductor y sigue
produciendo libros sorprendentes sin apartarse nunca de esa mirada literaria
que, a partir de El país de la dama eléctrica (1984), se tornó
insobornable. Cohen nació en Buenos Aires en 1951. Después de haber trabajado
como periodista, en 1976 se instaló en Barcelona. Allí, mientras traducía a
autores como Jane Austin, Scott Fitzgerald y Stevenson, fue construyendo la voz
apasionada y musical que suena aún en El sitio de Kelany, El fin de
lo mismo, Insomnio. Ya de vuelta en el país concretó un viejo sueño
infantil: su novela Inolvidables veladas fue publicada por el mítico
sello Minotauro, de ciencia ficción. Con el tiempo, la tribu de lectores de
Cohen fue creciendo, así como los escenarios y personajes de sus historias, que
pasaron a configurar una zona literaria celebrada por Juan José Saer como una
de las más valiosas de las letras argentinas contemporáneas. En estos días,
editorial Norma publicará dos novelas breves, Variedades y Un hombre
amable. Ambas condensan las preguntas narrativas y vitales que Cohen viene
elaborando hace años, y que a la luz de las experiencias generadas por la
globalización suenan tan frescas como contestatarias.
-En estas dos novelas Ud. no insume tanta energía en construir espacios
imaginarios propios como en obras anteriores.
-El problema no es la energía que me insumía, en eso no hay que ser mezquino.
Me daba mucho gusto crear espacios y ésa fue la manera más eficiente que se me
ocurrió para lograr cierta libertad expresiva. Creo que, para hacer aparecer la
pasión de escribir, es conveniente dejar de pensar a lo largo de algunas páginas.
Eso lo aprendí de los músicos de jazz, que se permiten dejar de pensar por un
ratito cuando trabajan sobre estructuras formales y temáticas severas. Pero
para llegar a eso, la historia y el espacio deben estar muy delineados. Por otro
lado, una de las cosas que busco cuando escribo es irme. No por evasión, sino
para ver de otra manera, para limpiar la cabeza, para salir del mundo
massmediado. Yo escribo, en general, por proliferación. Pero en este momento
prefiero no dedicarme a crear los espacios, sino a buscar los detalles para
hacer que esos espacios se vean.
-¿Como el detalle en la pintura? -Claro, o incluso en poesía, como la
de Pound o Williams Carlos Williams. Y también en narradores como Flaubert. Uno
vuelve a esos tipos económicos. No sé si lo voy a poder conseguir porque soy
muy vueltero: el gusto por el lenguaje me puede. Me cuesta no trabajar por
proliferación porque así llego a una verdad, pero ahora estoy tratando de
lograr un efecto más intenso. Me interesa que la presentación del espacio
ocupe menos lugar en la página.
-No tener que mostrar la casa antes. -Hoy juego con la sensación, me
gustaría lograr más justeza en las sensaciones. En Variedades el
protagonista cae en una celada. Trata de superarse pero está en la cuerda
floja. Es un desahuciado que no sabe cuál es la vocación. Vive en una pensión,
y casualmente se parece mucho a un Barón cuya personalidad es pura apariencia.
Yo creo que todos estamos constituidos por pura apariencia, no pienso que la
profundidad vaya mucho más allá de lo que se ve. Este Barón es una de esas
personas que no existen si no es vista, como un personaje del jet-set. Pero al
mismo tiempo es inteligente, tiene chispa. En un momento en que el protagonista
no sabe quién es, tiene que hacerse una operación para parecerse al Barón. Y
lo ponen junto a una chica parecida a la mujer del Barón.
-El personaje escribe: ¿cómo hace para narrar bien si está tan vacío?
-Porque antes de contar la historia que aparece al comienzo del libro, el
personaje va a pasar por dos operaciones más. En un momento, el cirujano le
pone la cara de un cuadro de Rembrandt. Su cara cambia. Entonces, si esa cara lo
representa, ¿qué puede extraer de lo que la gente se representa de él, qué
es lo que la gente le devuelve? En la relación se va convirtiendo. No sabe si
adentro suyo hay algo que conocer, no sabe ni siquiera si hay algún adentro.
Cuando siente que hay algo que expresar, decide por voluntad hacerse poeta. Pero
él tiene que contar la sucesión de su vida y entonces la poesía no le sirve.
-El quería ser poeta pero termina siendo narrador. ¿Es más fácil? -Sí,
tiene una ambición de absoluto y por eso quiere ser poeta, pero le resulta
imposible narrar lo simultáneo y descubre que el relato le permite relatar en
secuencias. En Un hombre amable también se plantea ese problema. Las
tradiciones mistéricas, algunos poetas y filósofos, grandes narradores como
Proust o Kafka, hablan de cosas que son condiciones esenciales de la búsqueda
humana, pero están soslayadas por el tráfago de lo cotidiano. Primo Levi se
hace la misma pregunta que Beckett. ¿Cómo voy a seguir si esto es demasiado
horrible? Pero hay algo que me impulsa a seguir y mejor que no haga nada. No soy
dueño de mí mismo. La vida es espontánea, y no tengo más que el presente. Si
yo logro percibir sin que el pensamiento imponga el cálculo, puedo limitar la
ansiedad. De modos diversos, todos hablan de la posibilidad de una vida mejor.
Señalan que sólo a través de lo inmediato y elemental se pueden disolver los
despotismos de la conciencia.
-Parece ir en contra del platonismo, cuando separa las apariencias
materiales, que son engañosas, de las realidades espirituales profundas, que
están escondidas.
-No soy un enemigo del mundo ideático, pero creo que la solución más
interesante al problema de Platón la da Spinoza. Borges no era ningún tonto.
Es curioso que digan lo mismo Borges y Deleuze: hay una sola sustancia. En el
momento que se piensa que la mente y el mundo están hechos de materias
distintas, uno no puede ver nada sin ver a la vez su propia conciencia. Entonces
pierde su cuerpo y, con él, todo lo que está viendo. Como si obedeciéramos a
una cámara que está filmando nuestras reacciones. Muchas de las historias que
se me ocurren tratan de eso. Pero no pienso "voy a escribir sobre un tipo
que tiene un rapto trascendental". Busco algo que le pegue un sopapo y le
haga darse cuenta de lo que quisiera darme cuenta también yo.
-El amor, por ejemplo. -Por supuesto. El amor, cuando uno le hace caso,
es una de las cosas que te hacen reaccionar. Cuando uno es tocado no puede
renunciar a eso que le tocó porque ya está constituido por esa experiencia. Si
uno renuncia o pierde, la composición -en el sentido material- pierde también.
Porque cuando lo pierde, ya es otro.
-En El fin de lo mismo Ud. proponía una forma de narración que no
era cuento ni novela, sino "novelato". Ahora aparecen dos novelas
breves en un solo volumen. Parece que hay una pelea con el formato. -Las dos
novelas están escritas con temperamentos totalmente distintos. La primera está
escrita por un tipo que aprendió a escribir a los tumbos y utiliza los recursos
más prácticos que tiene a mano. Un hombre amable está escrita en
tercera persona, que para mí es la piedra de toque del arte narrativo. En la
primera persona hay algo vampírico: el narrador se lo apropia todo para el
objetivo de la propia coherencia. Si uno está centrado en el discurrir de la
conciencia de un personaje, sus tics, sus pequeñas manías, sale demasiado fácil.
En el estilo indirecto libre, en cambio, si uno adopta el punto de vista detrás
de la nuca del personaje, ve también el entorno. Y la frase tiene que hacerse
cargo de los otros personajes y de las circunstancias sin perder economía ni
visibilidad. Es mucho más difícil, pero la novela gana como espectáculo.
Después de haber dicho durante mucho tiempo que la novela estaba terminada como
género, vuelvo a pensar que no es así. Sólo con las armas tradicionales de la
novela renovadas se pueden inventar historias nuevas. Y a mí me interesa contar
historias nuevas. Es un deseo de originalidad que quiero seguir respetando.
-¿Por qué estas novelas van juntas? -Hay un personaje que está en las
dos y en un libro anterior, Inolvidables veladas: un especialista en
ordenar las búsquedas éticas de la humanidad. Se llama Lamente y es un gran
maestro espiritual. Trabaja para un monopolio, un consorcio que nuclea empresas
ligadas a los más diversos saberes humanos. Lamente era un profesor de matemáticas
sesentista. De pronto, cierran el colegio donde trabaja sin que nadie proteste.
Indignado, va a manejar un taxi y se vuelve un gritón con una sólida posición
ética. La hija le consigue un trabajo: tiene que escribir números primos muy
largos, que le sirven a la empresa para violar códigos de correos electrónicos
privados. El lo hace y no se queja. Le queda tiempo libre para salir a caminar
por el barrio. La novela transcurre dentro de su cabeza porque él descubre que
no se puede caer más bajo. No él: la realidad no puede caer más bajo. El dice
"lo peor ya pasó" y eso lo calma.
-En su obra, el dueño del conocimiento -el que sabe leer o escribir-, es un
asalariado pragmático. Pienso en los escribas de Insomnio: escriben para
el poder o para la gente. Pero son cartas de enamorados viejos, petitorios,
recetas explicadas de médicos. Es gracioso pero también angustiante. No hay
por dónde escaparse. -Ya. Pero él se da cuenta de que no tiene sentido
plantearse la escapatoria: estos caídos con los que convive ya no tienen deseo,
están demasiado alejados de los lugares donde pasa algo. Por otro lado, en ese
alejamiento de los centros de decisión hay una paradójica libertad. No es
verdad que el poder vigile todos esos recovecos. Lo que puede hacer es mandar
algunos exploradores cada tanto a ver si los crotos encontraron alguna novedad y
usufructuarla. Eso es lo que le pasa al personaje de Un hombre amable: le
mandan a Lamente a ver qué le está pasando. Y a él le pasa que está
conformando un universo dentro de su cabeza con un montón de pedacitos del
mundo, con retazos de anécdotas.
-Entonces algunos hechos que critican los intelectuales, como el alejamiento
de los centros de decisión o la cultura globalizada, pueden verse con cierto
optimismo. -Implica que te dejen un poco de paz y que te puedas acercar un
poco a tus circunstancias si dejás de escucharlos. Pero hay que dejar de
escucharlos. Mi utopía es constituir nuevas comunidades con los requechos
materiales, filosóficos, narrativos y espirituales que encontramos. No hay que
regalarles más que todo eso de lo que ya se han apropiado. La oportunidad es
ver que nos han dejado ruinas, reducirlas a corpúsculos y empezar de nuevo.
-¿Cómo llevar eso a la mesa de escritor? -Creo que una de las características
esenciales de los poseedores es su chantismo y que uno de nuestros emblemas
tiene que ser ofrecer productos que no sean eficaces y que contengan toda la
energía que seamos capaces de dar. Si uno hace algo gratuito, si le otorga un
espacio al derroche, puede alcanzar un alto grado de practicidad. Por mi parte,
pongo eso en la frase. No hay que pasar de una frase a la otra sin alcanzar
antes la plenitud.
-Es el caso de Saer.
-Por supuesto. Para mí Saer es, por varios cuerpos, el mejor escritor argentino
vivo. Aira también me gusta porque es un escritor de frases. Creo que ellos
piensan que escribir es una experiencia en sí misma, una manera de vivir. Y eso
se traduce en su prosa. Me pudre el sentimiento apocalíptico. Una de las cosas
que podemos hacer es indagar de nuevo los sentimientos. No sentir lo que dictan
los centros hegemónicos. Esos personajes se preguntan cómo vivir cuando ya
ninguna filosofía te sirve demasiado. Han probado todas: incluso las más
bellas y altruistas encerraban falacias, debilidad o trampa. En las dos novelas
los personajes se dan cuenta de que un estado de mente alerta depende de la
derrota del temperamento obsesivo y de una percepción actuante. Los dos, en algún
momento, tienen que dar un paso para ver mejor. La historia de cómo darlo es el
pequeño clímax de las dos novelas. Y la victoria es pírrica. Daines, el
protagonista de la segunda, pierde el habla, se queda mudo.
-Esa sensación de que no hay de dónde agarrarse es frecuente en la gente de
20 o 30 años que no participó de la mística política de los 70. En ese
sentido, la suya me parece una voz literaria joven por excelencia. No caduca.
-Krishnamurti dice: "No podemos hacer otra cosa que seguir gritando".
En Vanidades hay incluso un poema sobre eso. El grito es la muestra más
pura de que existe una interioridad material. De algún lado sale un grito, sale
de lo hondo. Y mientras exista potencia para seguir gritando, lo mejor que te
puede pasar es comunicarse con quienes tienen potencia, quizá los jóvenes.
Mucho más no puedo decir sobre esto. Tengo claro que los libros vienen de los
libros y que la escritura es una forma de lectura. Pero en un mundo donde se
perdió la posibilidad del chisme, del dicho, del cuento oral que prodigaba la
vida comunitaria, la gran fuente de historias es la información. Hay en ella un
doble costado. Por un lado hace pasar por verdad lo que es una creación. Pero
tiene una virtud: hace que la gente hable de cosas comunes, que así empiece una
conversación. Hay que esforzarse para que ese diálogo llegue más allá, pero
en principio no está mal. Yo tengo una cultura clásica pero no le hago ascos a
nada. Leo en el diario las páginas de sociedad, ciencia, policía, la información
más menuda. Además estoy atento a los jóvenes porque los vampirizo para
regenerarme. Si uno no se metamorfosea, si no se muere y renace varias veces, la
vida es un opio.
-Un crítico afirma que hay escritores de microscopio, que agrandan lo
familiar hasta volverlo extraño, y otros de telescopio, que acercan lo lejano
hasta volverlo familiar. ¿Cuál de las dos lentes prefiere? -Me gustaría
en realidad tener un ojo facetado que capte las cosas en varias direcciones a la
vez.