FOGWILL SOBRE "EL FIN DE LO MISMO" DE MARCELO COHEN
Alguien en Barcelona
Es
notable la resistencia de los escritores de su país, y de su generación, a
leer una obra que en mi impresión, está destinada a conducirlos. Pienso en una
decena de narradores nacidos después de 1950, que han publicado recientemente.
Los cruzo en la presentación de Infierno Albino en encuentros con la cátedra
de la Sarlo y en las borracherías donde solemos intercambiar figuritas
literarias y tasarnos las novias, y desde la aparición de El Fin de lo Mismo
-desde agosto- vengo fallando en la intención de comentarlo con ellos porque
ninguno se ha dado tiempo para leerlo. De los que ví -ví tantos, hay
tantos...- solo el poeta Freidemberg -corresponsal de Cohen- y el narrador y crítico
Gandolfo -lector y clasificador omnívoro- habían hecho contacto con la obra y
compartían mi entusiasmo y la sensación de que este efecto de indiferencia
indica algo sobre los valores de la obra. Sin embargo, cada intento de explicar
la resistencia al libro me sugiere una mala noticia sobre mí y sobre nuestro
paisaje literario. Por ejemplo, la sensación de estar perdiendo la facultad de
orientación que creí ejercer sobre esta misma gente en últimos doce años,
una etapa durante la cual conseguí -o corregí- la lectura de Laiseca,
Perlongher, Aira, Lamborghini, Copi y Viel, que en su momento presentaron obras
tan inesperadas e inaugurales como esta. La segunda explicación sugiere que,
para existir entre sus pares, un autor debe estar instalado en sus propios
circuitos de sociabilidad: pese a su buena prensa y a aparecer como columnista y
crítico medios culturales de Buenos Aires, Cohen no está integrado a la red de
conflictos, amistades y vanidades que parece cada vez mas importante para la
circulación de una obra. Estas explicaciones refieren el estado de nuestro
medio literario. Pero también puede estar influyendo cierta cuestión de géneros.
Al respecto, hay un error provocado por Cohen o sus editores que clasifican a
los cinco textos de la obra bajo la fea expresión "novelato" y
prometen que no se trata de novelas ni de relatos sino de obras de un nuevo género
intermedio entre ambos. Pero a este género lo conocemos bien: como antes
Borges, y como actualmente Gandolfo y Aira dentro de un grupo en el que me
gustaría haber integrado alaguna de las piezas de Pájaros de la Cabeza
, bajo los cinco títulos que agrupa El Fin de lo Mismo , las
convenciones que distinguen cuento, nouvelle, novela, ensayo y poesía
desaparecen barridas por una suerte de principio de máxima expresividad. Uno de
los textos - "Aspectos de la Vida de Enzatti" - es, efectivamente un
cuento que bien puede integrar la antología de los mejores de nuestra
literatura. Otro, (La Ilusión Monarca), tiene una extensión comparable
a Los Pychy Cyegos y La Ciudad Ausente , y bien hubiera podido
publicarase en un tomo, en cuyo caso estaríamos leyéndolo y comentándolo
asombrados por la originalidad y la pericia de su concepción novelística.
También sería una novela el gran relato del espacio social construído por el
conjunto que forma la Ilusion Monarca con tres textos del libro. Se trata en los
cuatro de un sistema social de transmutación y anticipación donde los medios
de producción de imaginario -altavoces y ritos administrativos de la prisión,
shoppings, canales de televisióny templos de sectas evangélico-punk- junto a
otros medios de control social (la psicología ocupacional, el tráfico de
drogas, las estadísticas del estado benefactor, el régimen de propiedad y
locaciones urbanas) predominan sobre cualquier otro generador de la vida social
y de las emociones y del lenguaje. En esto, la novela configurada por el
conjunto, entra en esa forma privilegiada del ensayo que, como en Eumeswil
o en La Luz Argentina , explora el sentido -y la eficacia- de los objetos
teóricos mas pertinentes, con el instrumental que solo la poética de una
imaginación novelística dispone. Recientes ensayos de Cohen -por ejemplo el
publicado en Diario de Poesía sobre lírica y capitalismo- aluden los
mismos objetos sin reflejar la extrema lucidez que se verifica en su ficción.
Justamente cuando se lo relee como novela,-y es una novela esto que excluye el
cuento "Aspectos de la vida de Enzatti" y habita para siempre la
memoria del lector- se destaca la intensidad de la poesía de Cohen. Se trata de
una poesía que se proyecta en diferentes planos entre los que se destaca la
exhibición de la construcción metafórica como artificio, la captación (o la
generación) de una poesía en estado naciente en las nuevas figuras y en los
neologismos del habla que inventa para sus personajes, y, con frecuencia, aunque
solo cuando el riguroso cuidado de la trama lo admite, en la expresión abierta
del poema cuyo mejor ejemplo se encuentra en las visiones del mar formuladas al
azar por un coro de prisioneros. Mas que un híbrido de géneros, el libro es un
homenaje al género. Escribo esto en las postrimerías de 1992, un año
editorial que nos brindó La Prueba, El Llanto, Dos Mujeres,
Memorias de un Pigmeo y Casa de Geishas y la certeza de que
alguien en Barcelona que está tramando la mejor y mas original narrativa
argentina.
FOGWILL
(Publicado en Clarín, en noviembre de 1992)