Escritores
Contemporáneos Traducen
al Autor de “Hamlet”
Una
nueva lengua para Shakespeare
Por Silvio Mattonni
La Voz del Interior
Jueves 8 de Junio del 2000
El proyecto "Shakespeare por escritores", que acaba de lanzar el Grupo Editorial Norma, permitirá leer las obras completas M dramaturgo Inglés en traducciones realizadas por autores contemporáneos de Latinoamérica.
Gracias
a un proyecto internacional, dirigido por el escritor argentino Marcelo Cohen,
parece haber llegado una nueva hora shakespeariana a nuestro idioma (*). Se
trata de un conjunto de versiones de las obras de Shakespeare elaboradas con una
libertad que en sus mejores momentos simula la creatividad verbal del original.
En lugar de aspirar a una inalcanzable transparencia, cada
traductor‑escritor sella con su estilo propio aquello que traduce y, si
atendemos a la etimología, lo conduce a través de las lenguas para producir
una auténtica poesía dramática en español.
Así, los problemas del verso blanco de Shakespeare reciben diversas soluciones rítmicas, que van desde su traslación a endecasílabos (son algunas de las versiones más logradas —Pericles por Andrés Ehrenhaus, Julio César por Alejandra Rojas, Enrique IV por Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich—) hasta variados sistemas de verso libre que no descuidaría su eficacia rítmica, su campo diferencial con la prosa (La comedia de los errores por Hugo Chaparro Valderrama, La doma de la fiera por Victor Obiols, Troilo y Crésida por Roberto Echavarren).
En
cada caso, así como en los que el proyecto editorial anuncia (se esperan La tempestad por Marcelo Cohen y Cimbelino por César
Aira, entre otras versiones), no sólo es posible, sino que casi se impone leer
estos libros como obras nuevas, con un valor estético propio, más allá de la
líteralidad o el desvío cuyos grados difieren según las concepciones de los
traductores acerca de la composición, el ritmo, los idiomas. Cada traductor
crea aquí su español shakespeariano.
Una
lengua, muchas voces
Los diferentes orígenes de estos “transcreadores” (para usar el neologismo con que Augusto de Campos designaba la tarea de producir poesía en la propia lengua a partir de poemas extranjeros), esas relaciones íntimas de cada cual, como escritor, con su modo local del castellano (modos argentino, chileno, cubano, colombiano, uruguayo, catalán), abren un escenario complejo donde pasan y posan gran cantidad de figuras, giros, variantes, maneras, que no obstante son la misma lengua. Y entonces si Shakespeare, con su inglés heteróclito, cargado de acuñaciones de fuentes eruditas, de latinismos, pero también de fuentes oídas, resultados de una atención a los distintos tonos del habla de su época, funda sin embargo una literatura, así estas versiones o recreaciones, aun dentro de sus particularidades, nos ofrecen el presente del idioma como una cuasi totalidad, nunca completa, donde se agita la materia lingüística y donde cada ritmo está haciéndose, mutando, en el mismo momento en que nace. El castellano se vuelve otro y apunta, como todo Shakespeare, a que lo escrito al fin hable y a que las hablas funcionen como matrices de nuevos ritmos para la escritura.
El crítico Harold Bloom considera que lo que hoy entendemos por literatura tiene su origen en Shakespeare. De alguna manera la magnitud de los libros que llevan su firma ocasiona también una predisposición a mitificar al autor (mitos que comienzan a circular ya en la misma era isabelina). ¿Cómo era posible que aquel personaje que, según el sarcasmo del doctor Johnson, "sabía poco latín y menos griego", inventara el espacio íntegro de la literatura occidental, caracteres, formas, intensidades desde entonces ineludibles?
De allí que hayan surgido hipótesis descabelladas como la de que ese hombre de teatro cuyo retrato conocemos era en verdad un testaferro del filósofo Bacon. Sería como una especie de “efecto Homero" que cae sobre Shakespeare para disolverlo en la inexistencia de lo excesivamente grande. Pues bien, en el proyecto «Shakespeare por escritores" tenemos a nuestro grupo o colegio de homéridas, inventando una figura lejana, un autor legendario, para engendrar toda una literatura. La preposición “por” adquiere así su sentido más fuerte: un nuevo Shakespeare, un infinito de posibilidades, hecho por escritores contemporáneos de Hispanoamérica.
Sí tomamos estas traducciones no como una meta (que sería la actualización más o menos feliz de textos clásicos) sino como un principio, podríamos pensar que volverán a tensar las relaciones entre lo oral y lo escrito, lo coloquial y lo culto, la métrica tradicional y los diversos tonos de verso libre o de prosas rítmicas. Este último oxímoron no es el menor de los indicios de esa tensión que subyace en las mejores obras de la literatura hispanoamericana que podría llamarse original. ¿Pero acaso no tiene siempre sus modelos, su extranjeridad originaria en otra parte? ¿No será toda la poesía que se escribe en estos países una amplia gama de versiones infieles de Shakespeare? En cierto modo, tal es la inventiva hipótesis de Harold Bloom y su "canon occidental" que, como todo delirio, viene a revelamos una verdad que había mantenido escondida la romántica suposición de autores que crean sus obras de la nada o a partir de la imaginación como absoluto.
Cada escritor, enfrentado a ese conjunto cambiante de corpúsculos sonoros y semánticos que es el idioma para quien busca hacer algo con él, dentro de él, y no simplemente comunicar mensajes, cada "transcreador", digamos, repite la escena primaria de Shakespeare, busca lo que ese otro buscó: dar con un tono, un timbre de voz, por medio de una regularidad; producir seres con palabras que tengan una consistencia propia; decir lo inaccesible, esa mortalidad que borrará todo conflicto y barrerá con el fantasma de la firma, sin dejar de mostrarse como real.
Versiones
infieles
No
es improbable que en la tradición de la poesía hispanoamericana (desde el
romanticismo, hecha de apropiaciones más o menos felices pero que pocas veces
sobrepasaron los niveles de creatividad lingüística del siglo de oro español)
estas versiones de Shakespeare dejen alguna huella, o produzcan nuevas obras,
encuentros, formas de elaboración verbal. De todos modos, aun sin el
cumplimiento de esa promesa, nos hacen ver lo shakespeariano en zonas
impensadas. Confirman, por ejemplo, las ideas del poeta chileno Nicanor Parra,
gran admirador de Shakespeare, acerca de la construcción de un ritmo escrito
que capte la entonación del habla, sin embellecimientos, pero sin anhelar
tampoco esa ilusión del registro puro, de la grabación de lo hablado que nunca
podría lograr los efectos de una singularidad, de una presencia en lo dicho. ¿Y
no es también el Martín Fierro esa práctica de una
regularidad, de una invención métrica que construye el habla como efecto, que
efectiviza la presencia de las voces de los personajes? Nuevamente Shakespeare.
En
cuanto al proyecto que comentamos, diríamos que todavía falta lo mejor, allí
donde se correrán los mayores riesgos con la esperanza de premios más altos, y
a los que aspirarán aquellos escritores que deban traducir la poesía
deslumbrante de Hamlet, Macbeth o VI rey Lear.
(*) "Shakespeare por escritores", proyecto que publica el Grupo Editorial Noma y del cual se han publicado, además de los títulos que mencionamos en esta nota, “Romeo y Julieta” Por Martín Caparrós y Erna Von der Walde, “Como les guste” por Omar Pérez, “Medida por medida” por Circe maja y "Otelo" por Jaime Collyer.